Nota di Radio Spada: continua come sempre la sua collaborazione con Radio Spada il carissimo amico Juan Diego Ortega Santana, titolare del blog sicutoves.blogspot.com. Si tratta della prima rubrica radiospadista dedicata al pubblico spagnolo e ispanofono che ci segue da anni con grande simpatia ed affetto. Un sentito ringraziamento all’amico Juan Diego, vero cattolico integrale, che in molte occasioni ci ha testimoniato il suo affetto e la sua stima. Pregate per Lui. Buona lettura! (Piergiorgio Seveso)
Nota de Radio Spada: Continúa como siempre su colaboración con Radio Spada el muy querido amigo Juan Diego Ortega Santana, propietario del blog sicutoves.blogspot.com. Esta es la primera columna de radiospadistas dedicada a la audiencia española e hispana que nos ha estado siguiendo durante años con gran simpatía y afecto. Un sincero agradecimiento a mi amigo Juan Diego, un verdadero católico integral, que en muchas ocasiones ha sido testigo de su afecto y estima. ¡Ora por él! ¡Feliz lectura! (Piergiorgio Seveso)
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La Santa Iglesia Católica después del Dogma de la Trinidad Santa, nos recuerda el de la Encarnación, haciéndonos festejar al Sacramento por excelencia, que, sintetizando toda la Vida del Salvador, tributa a Dios Gloria infinita, y aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos pingües de la Redención. Si Jesucristo en la Cruz nos salvó, al instituir la Sagrada Eucaristía la víspera de Su Muerte, quiso dejarnos en Ella un vivo recuerdo de Su Pasión. El Altar viene siendo como la prolongación del Calvario, y la Santa Misa “anuncia la Muerte del Señor”. Porque en efecto, allí está Jesús como una víctima, pues las palabras de la doble consagración nos dicen que primero se convierte el pan en Cuerpo de Cristo, y luego el vino en Su Sangre, de manera que, bajo las Sagradas Especies, Jesús mismo ofrece a Su Padre, en unión con Sus Sacerdotes, la sangre vertida y el cuerpo clavado en la Cruz, aunque sabemos que está todo entero bajo las dos especies.
Enseña San Juan Crisóstomo que “la celebración de la Santa Misa tiene el mismo valor que la Muerte de Jesucristo”, de ahí que también afirme aquello de “comiendo las víctimas, se participa del Sacrificio”, y así la Sagrada Eucaristía fue instituida en forma de alimento, a fin de que pudiésemos comulgar de la Víctima del Calvario. La Hostia Santa se convierte en trigo que nutre nuestras almas. Los Cristianos participan de la Vida Eterna uniéndose a Jesús en el Sacramento, que es el símbolo de la unidad. Esta posesión anticipada de la Vida Divina acá en la tierra, por la Eucaristía es prenda y comienzo de aquella otra de que plenamente disfrutaremos en el Cielo, porque, como enseña el Concilio de Trento “el Pan mismo de los Ángeles, que ahora comemos bajo los sagrados velos, lo comeremos después en el Cielo ya sin velos”. Vemos en el Santo Sacrificio de la Misa el centro de todo el culto de la Iglesia a la Sagrada Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús, para así, nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los frutos perennes de Su Redención.
ORÍGEN DE LA FIESTA DEL CORPUS
Según la Tradición Católica, esta fiesta tuvo su origen en el siglo XIII en la Abadía de Mont Cornillón en la región de Liége (Lieja) en Bélgica.
Fue la religiosa agustina Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquel entonces priora de dicha Abadía, la que con sus visiones sobrenaturales, propició que se celebrase esta fiesta dedicada a la Santísima Eucaristía.
Sor Juliana nació en Retines, cerca de Liége, en el año 1193. Al quedar huérfana a los cinco años fue confiada a los cuidados de las Monjas Agustinas de Mont Cornillón, junto con su hermana Agnes, donde fueron cuidadas y educadas. A los catorce años sintió una fuerte vocación religiosa e ingresó en las mismas Agustinas donde llegó a ser Superiora de la Comunidad. Murió en Fosses el 5 de Abril de 1258, a la edad de 65 años, y fue enterrada en Villiers. Santa Juliana deseaba que hubiera una fiesta especial en honor al Sacramento de la Eucaristía, ya que sentía una gran veneración a dicho Sacramento. Este deseo se intensificó por unas visiones que tuvo de la institución de la Iglesia bajo la apariencia de una luna llena con una mancha negra y que interpretó como la ausencia de la celebración de dicha Solemnidad.
Sor Juliana comunicó estas visiones a Monseñor Roberto de Thorete, entonces Obispo de Lieja, al docto dominico Hugh, quien sería más tarde Cardenal Legado de los Países Bajos y también al Archidiácono de Lieja Jacques Pantaleón, quien sería en 1261 el Papa Urbano IV. El Obispo Roberto, convencido por las visiones y por la interpretación de las mismas y como en ese tiempo los Obispos tenían el derecho de ordenar Fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración en honor al Sacramento de la Eucaristía se tuviera al año siguiente.
La celebración tuvo lugar en 1247 en la iglesia de San Martín en Lieja pero sin la presencia de dicho Obispo porque había fallecido. No obstante muchos consideraban las visiones de Sor Juliana como fruto de su imaginación y a la muerte de su protector fue desterrada a Namur en dos ocasiones. Años más tarde, en Bolsena, al norte de Roma, muy cerca de Orvieto donde el Papa Urbano IV (Jacques Pantaleón) tenía la residencia papal, se produjo un hecho milagroso conocido como el Milagro de Bolsena. Un Sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando el corporal.
DOCTRINA CATÓLICA sobre la Transubstanciación
La venerada reliquia fue llevada en procesión a la presencia del Papa en Orvieto el 19 Junio de 1264. En Orvieto se conservan aún los corporales manchados por la Sangre Milagrosa y también se puede ver la piedra del altar manchada de sangre en Bolsena.
El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios Obispos, hizo que se extendiera la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula “Transiturus”, fechada el 8 Septiembre de ese año de 1264. La Fiesta se fijó para el Jueves después de la Octava de Pentecostés, otorgándose Indulgencias a todos los fieles que asistieran al Santo Sacrificio de la Misa ese día.
Poco después de la publicación del Decreto moría el Papa Urbano IV (el 2 de Octubre de 1264) lo que obstaculizó la difusión de la Fiesta. Pero en 1311 el Papa Clemente V en el Concilio General de Vienne, en Francia, ordenó una vez más la adopción de esta Fiesta.
En 1317 el Papa Juan XXII promulga una recopilación de leyes y extendió la Fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia. Ninguno de los Decretos habla de la Procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración, sin embargo estas procesiones fueron dotadas de Indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.
Finalmente, el Concilio de Trento declaró que fuese introducida en la Santa Iglesia la costumbre de que todos los años se celebrase este Sacramento con singular veneración y solemnidad.
Las grandes ideas teológicas referentes al Santo Sacramento del Altar son desarrolladas en ese credo eucarístico que es el “Lauda Sion”, y su triple aspecto de memorial de la Pasión se recuerda en la colecta de la misa, el de signo de la unidad y la paz en la secreta y el que prefigura la gloria eterna en la postcomunión. Trilogía que resume maravillosamente la antífona o sacrum convivium, que no puede ser sino de la pluma teologal de Santo Tomás de Aquino.
LAUDA SIÓN Himno Eucarístico compuesto por Santo Tomás de Aquino alrededor de 1264
Alaba, Sión, a tu Salvador; alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas, porque Él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante. El motivo especial de nuestros loores que hoy se te propone es el pan vivo y que da vida.
Es el mismo, no lo dudes, que aquel que en la Santa Cena a los Doce se entregó. Sea plena la alabanza, armoniosa, sea alegre y fervoroso el gozo del corazón.
Pues celebramos el solemne día en que fue instituido este divino banquete.
En esta mesa del nuevo rey, la pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.
Lo nuevo sustituye lo antiguo, la verdad ahuyenta las sombras, y la luz destierra a las tinieblas.
Lo que Jesucristo hizo en la cena, nos mandó a hacer en memoria suya.
Instruidos con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los Cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no ves, una Fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especias, que son signos y no cosas, están ocultos los dones más preciados.
Su carne es alimento y su sangre bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra; recíbese todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél lo toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos; mas con suerte desigual de vida o de muerte.
Es muerte para los malos y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento, no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como antes en el todo.
No se parte la sustancia, solo el signo se fracciona; ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
He aquí el Pan de los Ángeles, hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres.
Buen pastor, Pan Verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos allí tus comensales, coherederos y compañeros de los ciudadanos santos. Amén.