Nota di Radio Spada: continua come sempre la sua collaborazione con Radio Spada il carissimo amico Juan Diego Ortega Santana, titolare del blog sicutoves.blogspot.com. Si tratta della prima rubrica radiospadista dedicata al pubblico spagnolo e ispanofono che ci segue da anni con grande simpatia ed affetto. Un sentito ringraziamento all’amico Juan Diego, vero cattolico integrale, che in molte occasioni ci ha testimoniato il suo affetto e la sua stima. Pregate per Lui. Buona lettura! (Piergiorgio Seveso)
Nota de Radio Spada: Continúa como siempre su colaboración con Radio Spada el muy querido amigo Juan Diego Ortega Santana, propietario del blog sicutoves.blogspot.com. Esta es la primera columna de radiospadistas dedicada a la audiencia española e hispana que nos ha estado siguiendo durante años con gran simpatía y afecto. Un sincero agradecimiento a mi amigo Juan Diego, un verdadero católico integral, que en muchas ocasiones ha sido testigo de su afecto y estima. ¡Ora por él! ¡Feliz lectura! (Piergiorgio Seveso)
Las persecuciones que el Maligno ha provocado de vez en cuando contra el más Santo Sacrificio de la Misa son una prueba de que tiene que ser sagrado y odioso al Diablo; si no, no lo atacaría con tanta violencia. En los siglos primeros de la Iglesia Cristiana de veras no faltaban maestros de herejía pero ninguno de ellos se aventuró a asaltar la Misa, mucho menos a suprimirla. El hereje Berengarius de Tours fue el primero en presumir de hablar y escribir contra la Santa Misa. Su doctrina errónea fue triunfalmente desenmascarada y refutada por los teólogos Católicos de la época; fue además condenada por el Concilio General de la Iglesia. Antes de su muerte, el infeliz hombre rechazó sus errores y vivió sus últimos días como un hijo arrepentido de la Iglesia Católica.
A principios del siglo doce los Albigenses impíos aparecieron en Francia; entre otros dogmas ignominiosos consideraban que el matrimonio era una condición ilegítima, y alentaban la promiscuidad. Es verdad que no se ofendían por la celebración de la Misa Mayor Solemne en presencia de un gran número de personas pero no toleraban la Misa Baja a la cual solamente asistían unas pocas. De hecho, la prohibieron bajo pena de multas y encarcelamiento.
Aunque los Albigenses habían prohibido a los Sacerdotes bajo penas graves Misa baja, un piadoso Sacerdote no se dejó intimidar por tan injusta prohibición y continuó diciendo la Misa privadamente. Cuando esto se supo, le arrestaron inmediatamente y le llevaron a comparecer ante el Concilio: “nos han dado información de que en contra de nuestra prohibición, usted ha celebrado Misa baja siendo una grave ofensa. Por eso le hemos traído aquí, para que atestigüe por sí mismo si esto es verdad o no”. El Sacerdote sin ningún temor, replicó inmediatamente: “les contestaré con las palabras que los Santos: los Apóstoles pronunciaron ante el tribunal judío que les acusaba de haber violado la ley predicando en el Nombre de Cristo (Hechos de los Apóstoles, cap.5, vers. 29). Nosotros debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. Por esta razón he celebrado la Misa para honra de Dios y de Su Santísima Madre”.
Los jueces, muy airados por tan audaz contestación condenaron al piadoso Sacerdote a que se le arrancase la lengua en presencia de todos. El Sacerdote sufrió esta cruel sentencia con suma paciencia. Cuando todavía sangraba su boca, fue a la Iglesia y arrodillándose con grandísima humildad ante el altar donde había celebrado la Misa, ante la Madre de Dios desahogó todo su dolor. No pudiendo hablar, elevó su corazón a Ella con todo fervor, suplicándole remediase su falta de lengua. Tan ardiente fue su súplica que la Santísima Virgen se le apareció, y con Su misma mano le devolvió su lengua diciéndole que le era restaurada por el Honor que le había sido dado a Dios y a Ella con la celebración de la Santa Misa, exhortándole al mismo tiempo a que la utilizase de esta manera en el futuro. Después de dar fervientes gracias a su Benefactora, el Sacerdote volvió a la asamblea mostrándoles la gran gracia que había recibido, causando así enorme confusión a los obstinados heréticos y a todos los que se habían opuesto a la celebración de la Santa Misa. Esta anécdota está tomada de un libro en el que escribe el Beato Padre César estas palabras en el prólogo del mismo: “Dios es testigo de que yo no he añadido nada a todo lo que he visto con mis propios ojos y oído de labios de hombres que antes morirían que pronunciarían falsedades”. Así que esta historia verdadera debe convencer a todos de que la Santa Misa es especialmente agradable al Dios Altísimo.
Desde la época de los Apóstoles hasta el tiempo actual el Santo Sacrificio de la Misa no ha tenido un adversario mas vehemente que el desdichado Martín Lutero que no sólo atacó sino que denunció este Misterio Divino. No lo hizo por sí mismo ni tampoco cuando apostató, sino más tarde a instigación del diablo. De hecho, el pobre hombre reconoce en sus propios escritos que su doctrina vino del diablo y que solamente a indicación del malvado suprimió la Misa como un acto de idolatría, aunque debía saber bastante bien que el diablo es el que odia todo lo que es bueno y que solamente enseña al hombre lo malo.
Además, Lutero habría podido considerar que, si la Misa fuera idolatría, el diablo no la combatiría, ni tampoco desearía que fuese suprimida; al contrario, la promovería y alabaría, porque cuanto más fuera celebrada la Misa, tantos más actos de idolatría serían cometidos y mayor deshonra se haría al Dios Altísimo. De esta manera, Satanás ha privado no solamente a los luteranos sino a todas las sectas protestantes que han surgido después, del Sacrificio saludable de la Santa Misa y así les ha hecho un daño irreparable.
En realidad, les ha hecho este Misterio Sublime tan repugnante que ellos declaran que es una negación del Sacrificio de la Cruz y un culto maldito de ídolos, como leemos en el Catecismo de Heidelberg de los Calvinistas. Tal blasfemia horrible basta para llenar cada corazón piadoso de pavor, y causar que cada Cristiano bueno cierre sus oídos. No dedicaremos mucho tiempo a la refutación de tales blasfemias; un solo argumento basta para refutarlas.
Continuará…
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