Nota di Radio Spada: continua come sempre la sua collaborazione con Radio Spada il carissimo amico Juan Diego Ortega Santana, titolare del blog sicutoves.blogspot.com. Si tratta della prima rubrica radiospadista dedicata al pubblico spagnolo e ispanofono che ci segue da anni con grande simpatia ed affetto. Un sentito ringraziamento all’amico Juan Diego, vero cattolico integrale,  che in molte occasioni ci ha testimoniato il suo affetto e la sua stima. Pregate per Lui. Buona lettura! (Piergiorgio Seveso)

Nota de Radio Spada: Continúa como siempre su colaboración con Radio Spada el muy querido amigo Juan Diego Ortega Santana, propietario del blog sicutoves.blogspot.com. Esta es la primera columna de radiospadistas dedicada a la audiencia española e hispana que nos ha estado siguiendo durante años con gran simpatía y afecto. Un sincero agradecimiento a mi amigo Juan Diego, un verdadero católico integral, que en muchas ocasiones ha sido testigo de su afecto y estima. ¡Ora por él! ¡Feliz lectura! (Piergiorgio Seveso)

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EL DULCE NOMBRE DE MARÍA, la respiración del alma

El Nombre de María es júbilo en el corazón, 
miel en la boca 
y melodía en los oídos

San Antonio de Padua, Doctor de la Iglesia

              La primera celebración litúrgica del Nombre de María tuvo lugar en España, en 1513, en la ciudad de Cuenca, después de que el Papa León X, concediera a la Catedral de la ciudad dedicar una Capilla con ese título. Debido a la promulgación del Misal de San Pío V en 1570, se hizo necesaria una nueva petición. Por esta razón, el Canónigo Juan del Pozo Palomino, pidió y obtuvo del Papa Sixto V, el 17 de Enero de 1587, poder seguir celebrando dicha Fiesta del Dulce Nombre de María en la Catedral, como Fiesta de la Octava de la Natividad de María y en 1588, logró que se le concediera a toda la Diócesis de Cuenca.

               Pero el fervor mariano de los españoles y en particular, del religioso trinitario Beato Simón de Rojas,  obtuvo de Roma el 31 de Mayo de 1622, el permiso para celebrar el Dulce Nombre de María en todas las casas y capillas de la Orden de los Trinitarios de Castilla, así como en la Diócesis de Toledo. 

               Meses más tarde, el 5 de Enero de 1623, su  Católica Majestad el Rey Felipe IV logró la extensión de la Fiesta a todas las provincias españolas, de tal modo que pudiesen rezar el Oficio del Dulce Nombre de María, todos los Sábados (menos en Cuaresma y Adviento).

               En 1671, el Papa Clemente X autorizó la celebración del Dulce Nombre de María en todos los dominios españoles

               En 1683, el Papa Inocencio XI formó una gran coalición cristiana con el Emperador Leopoldo I, el Rey Juan III Sobieki de Polonia y tropas húngaras para repeler a los mahometanos que amenazaban con invadir Europa. Los ejércitos cristianos conseguirán vencer a los turcos a las puertas de Viena en 1683 y reconquistar Budapest tres años más tarde, con lo que Hungría se verá libre de la presión turca. Como recuerdo por la victoria en Viena, el Papa Inocencio XI proclamó la Festividad del Dulce Nombre de María el 12 de Septiembre de ese mismo año, extendiendo su celebración a toda la Iglesia Universal.

“Oh María, llena de gracia, haced que vuestro Nombre sea la respiración de mi alma! No me cansaré jamás de acudir a Vos, repitiendo constantemente: ¡María! ¡María! Qué inefable consuelo, qué dulcedumbre, qué ternura experimenta mi alma! Oh María!, amable María, cuando pronuncio vuestro Nombre, doy gracias a Dios por haberos dado para mi felicidad Nombre tan dulce y amable…”

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia

               Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el Santísimo Nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene… Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les otorgará. 

               El Padre Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el Nombre de María, dando como razón que este Nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias. 

               De modo parecido, San Camilo de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los Nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los Nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban. 

               Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos Nombres de Jesús y de María, expiró el Santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los Nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.

               ¡Dichoso –decía San Buenaventura– el que ama Tu Dulce Nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable Tu Nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.

               Quién tuviera la dicha de morir como murió Fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al Cielo en Tu compañía”. O como murió el Beato Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el Dulcísimo Nombre de María.